jueves, 9 de octubre de 2008

Hermanas de sangre VII

Freya repasaba la lista que había redactado en casa. Lo cierto es que Graciela la había hecho reaccionar. Ahora que ella no quería salir de la casa de Helena, tendría que empezar a cocinar para dos. Para tres si no olvidaba la comida de la gata. Tachó el objeto de la lista mientras lo metía en el carrito del supermercado. Graciela la ponía nerviosa, muy nerviosa. Era obvio que se sentía atraída físicamente por ella y no pensaba estar capacitada para ayudarla. Siempre había sido un poco arisca con la gente. La única capaz de conectarla con el mundo había sido Helena. Y se había ido...

Sacó la tarjeta y pagó el astronómico precio de todas las provisiones. A Helena siempre le había gustado tener la casa llena de comida. Como Freya era la que disponía de más tiempo, se había acostumbrado a comprar siguiendo las indicaciones de su mujer. Pero esta vez, ella misma había tenido que recordar. Y esta vez era ella quien tendría que desempolvar sus dotes culinarias. Disponía del tiempo suficiente. Quizás Graciela sólo necesitase su compañía. Eso podía dárselo. Aunque en el pequeño piso sólo había una cama y un sofá. Y era obvio que la cama era el terreno para la dolida amiga de Helena. Puso la mano sobre su espalda y la arqueó ligeramente. Al sentir cómo estallaba, dejó escapar un suspiro. Ese sofá acabaría con ella.

Trasladó las bolsas al coche con el carro. No le gustaba coger el 4x4 de Helena, pero sin él, hacer esa compra habría sido imposible. Nunca le habían gustado los coches y por si fuera poco este conservaba el olor de su amante. Al sentarse cerró los ojos y aspiró su aroma. Pensó en ella. Siempre que subía al coche se revisaba el maquillaje en el espejo retrovisor. Luego la miraba, le guiñaba un ojo y movía los labios dibujando las palabras que tanto le gustaban: "te quiero". Se mordió el labio para no llorar. Era una chica dura. Se las arreglaría. Saldría adelante aunque toda su vida se hubiese esfumado con ella.

Llevó el coche hasta el garaje. Pensó en avisar a Graciela para que le ayudase a subir las bolsas, pero recordó su imagen, estirada sobre la cama, sollozando en silencio y agarrando entre sus manos las sábanas, embriagándose del aroma de Helena. A veces se cuestionaba quién de las dos había perdido más... Tardó prácticamente 20 minutos en subir las bolsas ella sola. Pero no le importó. El esfuerzo físico siempre había conseguido dejar su mente en blanco. Y ahora, más que nunca, lo necesitaba.

No quiso molestar a Graciela y directamente se metió en la cocina. Mientras iba guardando cada producto en su lugar correspondiente, se le ocurrió abrir una cerveza. Nunca le habían gustado demasiado. Ella era más de bebidas fuertes como el tequila o el vodka. Pero Helena adoraba la cerveza y el vino. Y era imposible negarse a probarla cuando era ella quien te la ofrecía. Recordó aquella primera vez, el día que la había conocido.

El local estaba casi vacío. Freya ponía sus pies por primera vez en un antro de ambiente. Con sus 17 recién cumplidos, por fin aparentaba la edad suficiente para pasar. Su pose desgarbada, su ropa negra ancha y su cara afilada le habían permitido engañar a la enorme portera. Lo cierto es que siempre había aparentado más edad de la que tenía. Todo lo contrario que Helena... Cuando la vio por primera vez, la ejecutiva con su traje de raya diplomática daba vueltas a una cerveza de importación entre sus manos, mirándola como si no existiese nada más en el mundo. A pesar de la elegancia, del pelo recogido en una trenza perfecta, de las gafas de aspecto caro y discreto, del porte que demostraba... En su ignorancia, Freya sólo le calculaba unos cuatro años más de los que ella misma tenía. Y con la decisión que le daba su inocencia, se lanzó a la barra, ocupando el lugar a su lado. Helena levantó la vista y la miró con sus ojos penetrantes. Levantó la mano hacia la camarera, mostrando dos dedos. Apartó de si la botella de cerveza medio vacía y tomó las dos que la camarera le ofreció. Puso una de ellas ante la atónita mirada de Freya.

- No me gusta la cerveza- comentó sorprendida la niña-. Prefiero algo más fuerte.

- No la has probado, cariño.

Sus palabras la transportaron al paraíso. Jamás había escuchado una voz así. Se tomó la cerveza, encontrando una placentera sensación en la idea de que los labios de su interlocutora tendrían el mismo sabor. De pronto, se dio cuenta de que no era capaz de centrar su mirada en otra cosa que no fuesen esos labios carnosos que se movían lentamente, acompañando a la voz suave y melodiosa. Pasaron media noche así, Helena hablaba y la chiquilla escuchaba embelesada, sin ser capaz de separar la vista de su boca.

- ¿Quieres que vayamos a otro lado?

La oferta de Helena la pilló desprevenida. Sin embargo, antes de darse cuenta, ya se había levantado y se había dejado guiar por ella hasta la puerta. Ni siquiera llegaron al coche. En el aparcamiento no pudo soportar más la tentación, la curiosidad, la pasión... Empujó suavemente a Helena contra una de las paredes y acariciando su rostro, acercó sus labios a los de ella.

Recostada en el sofá, con la gata sobre sus rodillas, se llevó la cuarta cerveza a los labios, tratando de recordar el sabor de Helena. Pero ya no estaba allí, había desaparecido. Suspiró cuando la botella le descubrió que estaba vacía. Necesitaba dormir un poco, necesitaba irse a la cama. Apartó a la gata con un pequeño empujón y se levantó tambaleándose. Entró en la habitación librándose de la chaqueta y la camiseta al mismo tiempo, luego dejó el pantalón a un lado y se deshizo de cadenas y pulseras. Estaba borracha, podía sentirlo. Se dejó caer en la cama y apartó el brazo que encontró por el camino.

- Déjame un hueco, mi niña- susurró en la oscuridad, acariciando la espalda desnuda-. Creo que he bebido demasiado.

- Tranquila, descansa- susurró una voz más aguda que la de Helena en su oído-. Mañana será otro día.

Antes de dormirse, Freya levantó la cabeza y alcanzó con su boca unos labios que le regalaron el dulce sabor del recuerdo.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Hermanas de sangre VI

(Me lo estás poniendo muy díficl Any... estás mejorando a pasos agigantados y yo estoy algo oxidada... Vamos a ver qué puedo hacer ahora que empiezo a arrancar de nuevo...).

La habitación de Helena... Graciela cerró los ojos... Aún podía percibir el olor de su difunta amiga en aquel lugar... Le gustaba usar colonias con olor a madera y vainilla... Con su mente dibujaba cómo se reía cuando decía que dentro de ese cuerpo occidental había una alma oriental al que le gustaría perderse en las mil y una noches...

Graciela sabía que esa era una caracteristica que enamoraba locamente a Freya. ¿Y a quien no? Helena era dulce, elegante y muy sensual, como si de una bailarina de ensueño se tratara... Sin duda, si le hubieran gustado los hombres, ella misma tendría celos de presentársela a Javier.

Un rayo de luz entraba disimuladamente en la habitación iluminando el rostro de la muchacha absorta... Sentada encima de la cama... Con Freya mirándola y apretando con fuerza una taza de café. Aguantando la respiración, aguantando las lágrimas para no interrumpir a la que había sido la mejor amiga de su novia. Cual imagen y sentimiento escapados de un paisaje de otro mundo, Freya sólo quería disfrutar de aquel espectáculo.

- Seguro... seguro... que ese rayo de luz que está iluminando la cara de Graciela ahora mismo es parte del alma de mi tierna Helena... La está consolando... tiene que ser eso... sólo puede ser eso... no es posible otra explicación... estoy contemplando la divinidad de mi queridísima Helena... que tanto amaba a su amiga. Déjame estar así, Helena, déjame contemplar tu alma hermosa para siempre...

- ¡Riiiing! ¡Riiiing! ¡Riiiing!

Sonó bruscamente el teléfono y, mientras se devanecía aquella luz mágica, Graciela y Freya abrían los ojos a la realidad. Del susto, Freya soltó la taza que fue a parar al suelo en forma de mil pedazos. A la gata le gustaba el café, así que no tardó en sacarle el máximo provecho al descuido de su ama. El teléfono abría de nuevo la puerta al dolor de una ausencia donde ni siquiera el vacío tenía cabida.

Freya se dirigió hacia el teléfono, aunque intuía quién sería.

-Hola Javier... Tranquilo, la encontré de madrugada sentada en el parque donde se conocieron... Pasó el resto de la noche y todavía se encuentra aquí.

Graciela se levantó de un suspiro y de forma automática cogió el teléfono. No le interesaba lo que Javier quería decirle, sólo necesitaba que la dejara tranquila. Ella estaba bien, ella estaba muy bien...

Al otro lado del teléfono con una voz masculina pero dulce, Javier intentaba traspasar la burbuja en la que se había cerrado Graciela.

- Cariño... Por favor... Sólo te ruego que te cuides... Helena no querría verte así... sin tu sonrisa... sin la sonrisa de la que se enamoró... Helena se enamoró de la vida que había en tí... Yo me enamoré de la vida que hay en tí... Necesitas ayuda... Cuando te sientas dispuesta... Dímelo e iremos a ver a un especialista. Mientras, yo seguiré haciendo vida normal. Tengo toda la fé del mundo en tí y en que podremos superar esto juntos, mi vida. Te quiero...

Graciela volvió a cerrar los ojos. Últimamente permanecían más tiempo cerrados que abiertos... En el fondo de su corazón sabía que tarde o temprano tendría que volver a coger las riendas, pero ahora no... ahora no quería... y apareció en su mente el recuerdo de cuando Helena conoció a Javier... Habían quedado a cenar todos juntos. Javier sabía que a Helena le gustaban las mujeres y que en particular le gustaba Graciela. Le parecía una situación simpática, pero también le daba pena por Helena. Él sabía muy bien qué era estar enamorado de una mujer que jamás le correspondería.

Sentados en aquel restaurante, Javier y Helena se miraban intensamente. De repente, totalmente fuera de la conversación que llenaba sus bocas, Helena le dijo a Javier: "Como le hagas sufrir te juro que te mataré". Graciela había abierto los ojos de par en par sorprendida ante tal fuerza interior y determinación. A Javier se le había secado la boca en el instante en el que escuchó la crudeza de unas palabras que demostraban hasta qué punto Helena sería la protectora de Graciela. "Te lo prometo, te juro que jamás le haré sufrir, pase lo que pase". Él era un hombre valiente, no se amedrentaba ante semejante acto de coraje demostrado por aquella mujer. Ya llevaba tiempo pensando en convertir en su esposa a Graciela, quería tener hijos con ella y vivir una vida en paz y felicidad a su lado. Todavía no era el momento de decírselo, sabía que Graciela necesitaba más espacio, así que se lo guardaría en el corazón hasta que la vida le diera la pista.

- Jajaja... - Reía Graciela.
- ¿Qué te pasa? - Preguntaba Freya.
- Nada... es sólo un recuerdo... cuando les presenté, a Javier y a Helena.
- Oye, Graciela... ¿no tienes que trabajar? ¿No sería mejor que volvieras a tu casa?
- No... y no... - Qué profundidad acompañaba a esas dos sílabas... Una profundidad que acongojó a Freya.
- ¿Y qué piensas hacer? -Freya empezaba a estar preocupada por Graciela, veía que no quería despertar de aquella pesadilla...
- No lo sé... supongo que seguiré cerrando los ojos...

viernes, 11 de julio de 2008

Hermanas de sangre V

(No dejaremos que se pierda la historia en el olvido.)

Graciela paseaba por las oscuras calles de la ciudad. Ni siquiera sabía por qué había reaccionado así ante las caricias de Javier. Ella misma era consciente de lo rara que se sentía, de lo extraño que era todo. Del vacío que se había abierto en su pecho con su falta. Suspiró y se sentó en el primer banco que encontró, en un pequeño parque. No se había dado cuenta, pero sus pasos la habían llevado al lugar favorito de Helena. Aquel era el parque donde se habían conocido, donde su amiga se había enamorado de ella al verse día tras días, donde le había confesado sus sentimientos justo antes de besarla… Repasó sus labios con la punta de los dedos. Las lágrimas se desataron de nuevo entre sollozos de dolor. Siempre había tenido que disculparse por no poder quererla de esa manera. Pero a Helena no le había importado. Se había quedado a su lado, apoyándola, dándole todo su amor sin exigir jamás nada a cambio.

Sus recuerdos volaron a la habitación de un hospital. Tras la caída, un helicóptero la había recogido y la había llevado al hospital. “En coma” escuchó de boca de los médicos; “muy grave, probablemente no se recupere”…

Su cuerpo comenzó a convulsionarse al no poder contener por más tiempo el llanto. Apenas se dio cuenta de que ya no estaba sola. Unos brazos fuertes rodearon sus hombros y el olor a tierra húmeda invadió todos sus sentidos. Respondió al abrazo sin tener que mirar quien era, lo sabía muy bien, podía reconocerla con cada fibra de su cuerpo. Conocía a Freya tan bien como la había conocido Helena. Y se fundió en el abrazo, dejándose levantar, caminando sin preguntar, hacia alguna parte no muy lejana.

***************************

Se despertó con el ruido de la puerta. Se incorporó confundida. Miró alrededor, pero la oscuridad no le permitía reconocer nada, aunque todo le resultaba vagamente familiar. Acarició su cuello, le dolía la garganta de haber llorado tanto. Fue entonces cuando se dio cuenta de que apenas estaba vestida. ¿Qué había hecho? Se levantó asustada y buscó algún interruptor o las contras de una ventana que arrojasen algo de luz sobre su situación. Pero fue la puerta de la habitación lo que se abrió, descubriendo al instante todo un cuarto conocido y la figura de Freya, que había aparecido con dos tazas de café en las manos. Al ver a Gabriela en pie, semi desnuda, se volvió violentamente con el rostro encendido de vergüenza.

- Lo siento- susurró-. Pensé que todavía estabas dormida.

- No pasa nada… Me asusté… No recordaba nada de anoche.

- Oh- Freya pensó en la situación que Gabriela debía haber imaginado y enrojeció todavía más-. ¡No pasó nada! Te encontré en el parque y te traje a casa. Yo he dormido con Sury en el sofá.

Ambas sonrieron ante lo ridículo de la situación. Gabriela recogió su ropa de la silla en la que estaba colgada y comenzó a vestirse. Los ojos de Freya no podían evitar lanzar alguna mirada de soslayo. Le había costado menos superar los celos al conocer a Gabriela. Lo cierto es que ella misma no podía evitar sentirse atraída por esa preciosa mujer, de apariencia frágil y elegante. Tenía un encanto innegable con el que se la había ganado nada más conocerla.

- ¿Y qué hacías en el parque ayer? – la voz de Gabriela la arrancó de sus pensamientos.

- ¿Eh? - se volvió justo para verla señalando la cremallera de su vestido.

- El parque- repitió-. ¿Qué hacías ayer por allí?

- Oh- se acercó vacilante, sujetando con manos temblorosas el pequeño trozo de metal y rozando por accidente su piel suave y tersa-. No podía dormir. En realidad no podía hacer nada… Así que salí. Y sin saber cómo estaba allí. Tú estabas allí. Y tal como estabas… Mi casa estaba más cerca.

- Ya – se volvió cuando Freya terminó de subir la cremallera, la miró a los ojos y se acercó, poniéndose ligeramente de puntillas y besando tiernamente su mejilla-. Gracias.

- No fue nada- Freya salió de la habitación nerviosa y levantó la voz para que su amiga pudiese escucharla-. Deberías llamar a Javier. Estará preocupado.

Pero Gabriela ya no la escuchaba. La habitación continuaba en una semipenumbra que invitaba a los recuerdos. La habitación de Helena…

domingo, 17 de febrero de 2008

Hermanas de Sangre IV

Caminaban casi a oscuras por un sendero angosto y escarpado. Alguna dijo que deberían dar la vuelta, pero hasta aquello era difícil ahora. Estaban cansadas y sólo querían volver a la cabaña, al calor del fuego de la chimenea. Quedaba poco para llegar al final del acantilado que bordeaba el río. Pero el cansancio hizo mella en Graciela, que llevaba la delantera. Resbaló y se precipitó hacia el borde. Helena fue la primera en reaccionar. Se soltó de su agarre y se abalanzó al suelo para sujetar la mano de su mejor amiga. Freya se agachó enseguida, pero con cautela, intentando apoyarse con la suficiente seguridad como para subir a ambas de nuevo al camino. Entre las dos, consiguieron levantar a Graciela y asentarla junto a la fría pared de piedra. Respiraba con dificultad y temblaba por la impresión. Las tres jadeaban sonoramente.

- Ha estado cerca- murmuró Helena-. No vuelvas a darme un susto así.

- Lo siento- Graciela bajó la cabeza, avergonzada-. Si no hubiera sido por ti...

- Sabes que nunca dejaría que te pasara nada.

Se miraron con ternura. Freya apartó la vista. Había aprendido a dominar sus celos a duras penas. La relación entre Helena y Graciela era demasiado estrecha como para sentirse a salvo. Sabía de sobra que en el momento en que Graciela lo desease, Helena correría a tumbarse a sus pies.

- Sigamos adelante- propuso Helena tras un breve descanso-. Tengo tantas ganas de llegar a casa...

Comenzaron a andar de nuevo, pero un grito las hizo volverse. Parte del suelo había cedido, arrastrando a Helena con él. Freya estaba demasiado lejos para reaccionar a tiempo. Graciela saltó de inmediato a dar la mano a su amiga, pero Helena pesaba más de lo que ella podía soportar.

- Aguanta, cielo- susurró Graciela haciendo un esfuerzo-. ¡Freya, por dios, ayúdame!

La tierra continuaba cayendo, cada vez en mayor cantidad... Pronto Ambas se verían arrastradas si no hacían algo rápido. Helena miró a los desesperados ojos de Graciela y sonrió con una expresión mezcla de ternura y dolor.

- No voy a dejar que te pase nada, cariño.

- ¿Qué estás diciendo?- volvió la cara, abrumada por las palabras de su amiga- ¡Freya!

- Te quiero.

Y Helena soltó la mano que la sujetaba, precipitándose al vacío.

- ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!


Graciela despertó empapada en sudor. Javier la miraba desde el otro lado de la cama, asustado y consternado. Suspiró cuando la vio abrir los ojos y trató de acariciarle la espalda. Pero ella se apartó bruscamente, como un animal herido.

- ¡Déjame!

Mientras ella se vestía él permaneció inmóvil. Nunca la había visto así y empezaba a asustarse. Él no era un hombre de acción, ni siquiera de palabras. Se había quedado en blanco y ya no sabía qué hacer para consolarla. Así que la dejó marchar a las 4 de la madrugada, frustrado por su propia impotencia.


(Bueno... Empezamos a definir caracteres... Va a ser difícil que no los dualicemos... A ver qué tal se nos da ;) )

lunes, 4 de febrero de 2008

Hermanas de sangre III

Javier no sabía que decirle. Como siempre, en los accidentes, nadie tiene la culpa. Por eso se llaman accidentes, sin embargo, Graciela había estado implicada, y en sus manos había cierta responsabilidad que él sabía que la torturaría durante mucho tiempo.

¡Cómo decirle que no fue culpa suya! Cómo hacerle ver, que aunque no hubieran ido a ese viaje, porque ella se había empeñado, también estaría muerta... Sin duda era una labor difícil...

- Freya me ha mirado a los ojos con una mirada herida, estoy segura de que me culpa de todo. -Graciela seguía torturándose.

- No, Graciela. Te ha mirado compartiendo el dolor que siente por la pérdida de su novia... ya sabes que para ella lo era todo.

- ¿Qué vamos a hacer ahora, Javier? ¡Qué será de nosotras! ¡Qué será de ese pacto de sangre que hicimos como amigas del alma!

No aguantó. El llanto profundo regresó a su alma... Con un sentimiento agrio en el corazón, Javier se lanzó a abrazarla de nuevo. Él sabía que esta vez, tendría que ser fuerte por ellas dos.


Freya untaba sus manos con barro... necesitaba desahogarse, sentir que ella no se había desvanecido para siempre.

-Ahora que aun tengo tu recuerdo fresco en mi memoria, ahora que aun puedo saborear la esencia de tus últimos besos... Voy a moldear tu busto... Y a medida que le vaya dando forma la oscuridad volverá lentamente a mi vida... Por que sin tí, no soy nada.

Entre lágrimas recodaba los últimos momentos que habían pasado juntas. En aquella cabaña, en el bosque... Recordaba a Graciela como loca porque había descubierto una nueva ruta que bordeaba el rio. Recordaba la sonrisa afectuosa de su novia tranquilizándola, convenciéndola de que era mejor ir al día siguiente porque ya estaba oscureciendo...

Freya se mantenía callada, solía divertirse viendo cómo Graciela insistía como una niña pequeña, deseosa de ir al parque de atracciones. Sin duda era la más entusiasta de las tres. Tenía ese punto pícaro que la hacía encantadora.

-Ah... Si en aquel instante... En vez de quedarme callada... Si sólo hubiera dicho... "mejor mañana"...- Freya no podía con aquel dolor. Como intentando moldear otra expresión en su cara, se llevaba las manos al rostro... Quería desaparecer debajo de la tierra húmeda. Una tierra que se había llevado la única luz que le quedaba en su vida...

(Jejeje, síguelo :P, no pienses que te lo voy a dar todo hecho)

domingo, 27 de enero de 2008

Hermanas de sangre II

(Te gusta empezar fuerte, ¿eh?)

No se quedaron mucho tiempo más allí. Graciela y Javier volvieron a casa juntos. Freya no tenía esa suerte. Lo único que la esperaba en el piso era una nevera vacía y Sury, la gata que había regalado a su pareja hacía tan sólo dos años. Era un recuerdo más. Era un motivo más para encerrarse en la habitación, enterrar la cara entre la almohada y empaparla con lágrimas. Metió la llave en la cerradura y ya escuchó los maullidos nerviosos. Llevaba tres días sin pasar por casa. Se sintió culpable por no haber pensado un poquito más en el animalito.

- Ey, bichiña... Lo siento mucho.

Se agachó y acarició el lomo de la gata, que comenzó a ronronear. La cogió entre sus brazos y cerró la puerta de un pequeño empujón con el talón. Nunca le habían gustado demasiado los animales de compañía, pero a ella sí. Por eso había hecho la concesión de tener a aquel bicho en el piso, a pesar de lo pequeño que era. Era irónico que ahora se le hiciese tan grande.

Las cortinas estaban abiertas y se filtraba la luz de las farolas de la calle. Dejó a la gata sobre la encimera de la cocina y rebuscó por los armarios hasta dar con lo único que quedaba, una lata de atún. La abrió y la sirvió en un platillo de café. Cuando se la dejó delante, Sury se abalanzó sobre él. Se veía que había pasado hambre.

Decidió luchar contra las ganas de tirarse en la cama y dejarse vencer. Entró en la pequeña salita, tratando de no mirar el piano. Había poco que pudiese hacer en la casa. Desde que ella no estaba, había dejado de modelar. Todavía tenía un par de esculturas sin terminar, en el estudio. Recordó vagamente que el plazo de entrega se aproximaba. Quizás esa fuese una buena manera de pasar el rato. Abrió la puerta del estudio y se empapó del olor de la arcilla reseca. Ahora que ya no le quedaba nada, sólo aquellas figuras femeninas, hechas a su imagen y semejanza, podrían salvarla de la locura.



Javier y Graciela entraron en el portal sin decir ni una palabra. Javier ya no sabía qué más decirle para animarla. Se decidió por el silencio, por acompañarla en su dolor. Si ella decidía que lo necesitaba, estaría ahí, como siempre, al pie del cañón.

Abrió la puerta del piso y la dejó pasar primero. Ella caminaba sin demasiado interés, ensimismada. Se dejó caer en el sillón cercano a la ventana del salón. Javier se quedó de pie, apoyado en el marco de la puerta, mirándola fijamente. Graciela levantó la cabeza y fijó sus oscuros ojos marrones en su novio.

- Javi...

Él se acercó. Sabía que había llegado el momento. Tuvo el tiempo suficiente para llegar allí antes de que ella se derrumbase y comenzase a llorar desconsoladamente.

- Llora, cielo- le dijo suavemente mientras la abrazaba y acariciaba su pelo-. Sácatelo fuera.

- Ya no va a volver. No va a volver y es todo culpa mía...

(Te devuelvo el balón, Eva. Admito que te lo acabo de complicar un poco. Ah, y gracias por tirar por lo dramático... :P)

sábado, 26 de enero de 2008

Hermanas de sangre...

Lluvia... un viento frío en la cara... rodeada de matices diferentes de color negro...

-Realmente el día se está expresando acorde a los acontecimientos. -Dijo Javier.
-Ya. -Graciela era incapaz de articular más de una palabra de dos sílabas desde que la terrible noticia había atravesado sus oídos, cual navaja oxidada que además del corte deja infección.

-Graciela, ya sé que es difícil. Pero tienes que aceptarlo. La vida es asi. Nunca sabemos qué ocurrirá con nosotros. -Javier estaba desesperado. No sabía qué decirle a su novia. Sabía que era algo muy fuerte para ella. Pero, ¡qué decir ante una situación asi, sin caer en los tópicos!
-Ya. -Estaba en shock... no era capaz de ver más allá... de pensar más allá... sólo una idea daba vueltas cual tiovivo en su cabeza: No volveré a reir con ella.

Al otro lado de la tumba estaba Freya. Con los ojos rojos e hinchados de tanto llorar la pérdida de la luz que había llegado a su vida con tanta fuerza una tarde de domingo. Freya, que había perdido toda su fe en el amor, había regresado al camino afectuoso de la mano de la que en un principio como amiga, y meses después como novia, llacía ahora bajo puñados de tierra que poco a poco enterraban de nuevo su esperanza.

Graciela y Freya intercambiaban miradas de dolor, de apoyo mutuo. Pues ambas la llevaban en su corazón grabada a fuego. La novia para Freya y la amiga del alma para Graciela....

(Any... ¿qué fue lo que pasó? ¿Cómo continuaba la historia?)

¿Y por aquí qué?

Bienvenido/a a este blog de Fantasías Compartidas. Soy Eva. Me reconocerás siempre por el color azul.

Si caes por aquí, quizá te apetezca leer los sueños que dos buenas amigas van a compartir.

A ambas nos gusta la escritura y la lectura, de hecho trabajamos escribiendo, y aunque tenemos estilos diferentes, o más bien, exploramos emociones distintas, estoy convencida de que de estas líneas saldrán preciosos bailes que te harán llorar, reir, pensar, y sobre todo soñar...

¡Un poco más de creatividad a esta red!