domingo, 27 de enero de 2008

Hermanas de sangre II

(Te gusta empezar fuerte, ¿eh?)

No se quedaron mucho tiempo más allí. Graciela y Javier volvieron a casa juntos. Freya no tenía esa suerte. Lo único que la esperaba en el piso era una nevera vacía y Sury, la gata que había regalado a su pareja hacía tan sólo dos años. Era un recuerdo más. Era un motivo más para encerrarse en la habitación, enterrar la cara entre la almohada y empaparla con lágrimas. Metió la llave en la cerradura y ya escuchó los maullidos nerviosos. Llevaba tres días sin pasar por casa. Se sintió culpable por no haber pensado un poquito más en el animalito.

- Ey, bichiña... Lo siento mucho.

Se agachó y acarició el lomo de la gata, que comenzó a ronronear. La cogió entre sus brazos y cerró la puerta de un pequeño empujón con el talón. Nunca le habían gustado demasiado los animales de compañía, pero a ella sí. Por eso había hecho la concesión de tener a aquel bicho en el piso, a pesar de lo pequeño que era. Era irónico que ahora se le hiciese tan grande.

Las cortinas estaban abiertas y se filtraba la luz de las farolas de la calle. Dejó a la gata sobre la encimera de la cocina y rebuscó por los armarios hasta dar con lo único que quedaba, una lata de atún. La abrió y la sirvió en un platillo de café. Cuando se la dejó delante, Sury se abalanzó sobre él. Se veía que había pasado hambre.

Decidió luchar contra las ganas de tirarse en la cama y dejarse vencer. Entró en la pequeña salita, tratando de no mirar el piano. Había poco que pudiese hacer en la casa. Desde que ella no estaba, había dejado de modelar. Todavía tenía un par de esculturas sin terminar, en el estudio. Recordó vagamente que el plazo de entrega se aproximaba. Quizás esa fuese una buena manera de pasar el rato. Abrió la puerta del estudio y se empapó del olor de la arcilla reseca. Ahora que ya no le quedaba nada, sólo aquellas figuras femeninas, hechas a su imagen y semejanza, podrían salvarla de la locura.



Javier y Graciela entraron en el portal sin decir ni una palabra. Javier ya no sabía qué más decirle para animarla. Se decidió por el silencio, por acompañarla en su dolor. Si ella decidía que lo necesitaba, estaría ahí, como siempre, al pie del cañón.

Abrió la puerta del piso y la dejó pasar primero. Ella caminaba sin demasiado interés, ensimismada. Se dejó caer en el sillón cercano a la ventana del salón. Javier se quedó de pie, apoyado en el marco de la puerta, mirándola fijamente. Graciela levantó la cabeza y fijó sus oscuros ojos marrones en su novio.

- Javi...

Él se acercó. Sabía que había llegado el momento. Tuvo el tiempo suficiente para llegar allí antes de que ella se derrumbase y comenzase a llorar desconsoladamente.

- Llora, cielo- le dijo suavemente mientras la abrazaba y acariciaba su pelo-. Sácatelo fuera.

- Ya no va a volver. No va a volver y es todo culpa mía...

(Te devuelvo el balón, Eva. Admito que te lo acabo de complicar un poco. Ah, y gracias por tirar por lo dramático... :P)

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