martes, 10 de febrero de 2009

Hermanas de sangre X

Freya despertó con el sonido de la puerta de la entrada. Se levantó bruscamente, desorientada, sin saber si estaba en la cama, en el sofá, en su propia casa… Con las prisas, la manta se enredó a sus pies y la hizo tropezar. Cayó al suelo de bruces, aunque tuvo el tiempo suficiente como para poner delante los brazos y amortiguar el golpe. Sintiéndose una idiota, vio cómo se le acercaba Sury para lamerle la cara. De pronto estalló en carcajadas, asustando a la gata. El animalillo dio un respingo y se alejó con cautela. Freya se levantó con dificultad. A pesar de las punzadas en su cabeza, se sentía bien. Se acercó a la habitación, pero todo lo que encontró fue la cama recién hecha: Graciela se había ido. Algo en su interior se rompió. Le habría gustado que se quedase. Pero entendía que era lo mejor que podría hacer. Recordó la sensación de la noche anterior, la había sentido acostada a su lado, respiraba profundamente, dormida… Había visto sus labios… Había besado sus labios. Se sacudió la cabeza. Nunca se había sentido tan confusa. Ni siquiera le había pasado cuando Helena se había empeñado en presentarle al “amor imposible de su vida”.

Helena la esperaba a la salida de la facultad, más guapa de lo que jamás la había visto desde que había empezado a salir con ella en serio. Podía darse cuenta de la expectación que la hermosa mujer levantaba entre sus compañeros de la universidad. Los hombres se volvían a verla, apoyada sobre el capó del flamante descapotable. Las mujeres pasaban cuchicheando, sin duda con envidia. Entonces la vio y apartó ligeramente las gafas de sol, dejándolas colgadas de su perfecta nariz. Dejó ver la fantástica sonrisa que siempre la había cautivado. Sabía que en ese preciso instante no podría negarle nada.

-Hola, mi amor.

Algunos de los estudiantes se volvieron para ver quién tenía la suerte de poseer a una mujer como aquella. Freya enrojeció cuando se sintió blanco de las miradas, pero no se amedrentó, se acercó a Helena y la atrajo hacia sus brazos para besarla. Sería la comidilla de todo el campus, pero no le importaba. Sólo podía dejarse llevar y sentir sus labios y su cuerpo pegados a los suyos. Cuando se separaron, Helena le sonrió con dulzura.

-¿Vendrás conmigo?

-A donde haga falta, mi vida.

-He quedado con Graciela.

Freya entendió el despliegue de medios. Apretó las mandíbulas, sintiéndose utilizada y engañada. Pero Helena le apartó un mechón de pelo del rostro y besó con toda la dulzura del mundo sus labios, con calma, con amor… Y el enfado de Freya se diluyó como si fuese azúcar en el agua hirviendo.

-No te voy a obligar. Es sólo que me gustaría que las dos personas más importantes de mi vida se conociesen.

Freya suspiró. No podía negarse, realmente no podía. Acarició la mejilla de su amante y le guiñó un ojo mientras dibujaba con sus labios una enorme sonrisa.

-Sabes que haría cualquier cosa por ti.

Helena la abrazó, como si fuese una niña a la que acaban de darle su capricho. Cogió la mano de Freya y depositó algo en su palma al mismo tiempo que volvía a besarla. Con una sonrisa arrebatadora, se apartó de ella y se fue hacia el coche. Freya abrió la mano y se encontró las llaves del piso y del coche de Helena. La miró con un gesto de confusión.

-No son mis llaves, por si te lo preguntabas. Son las tuyas, mi niña. Y te toca conducir.

Entró en el coche por el lado del acompañante. Freya siempre había querido conducir ese descapotable. Le costó reaccionar. Hasta que Helena no tocó el claxon del coche, no pudo moverse. Se reunió con ella en el interior del coche y metió las llaves en el contacto.

-¿A dónde, señorita?- preguntó con voz grave e impostada.

-Arranca. Yo te dirijo.

Y con un escalofrío que no podía atribuir por entero ni a la potencia del motor que comenzaba a rugir ante ella ni a la voz sugerente de la mujer a la que amaba, puso la primera e hizo de tripas corazón. Iba a conocer a su principal rival.

viernes, 9 de enero de 2009

Hermanas de sangre IX

- ¡Nooooooooo! – Freya se despertó con un grito mental que no llegó a emitir a través de su poderosa garganta. Como en el sueño, sentía la boca seca y la lengua pastosa. Estaba empapada en su propio sudor, que emanaba cierto olor dulzón debido al exceso de alcohol que había ingerido. ¿Un sueño o una pesadilla? Se preguntaba mientras llevaba su mano izquierda a la cara para retirar las gotas que humedecían sus ojos.

Se giró a la derecha para comprobar qué hora era en el despertador. Le costó descubrirlo, pues sus ojos todavía veían borroso debido a la mezcla entre sudor y posiblemente lágrimas. Observó con cierta desazón que todavía era de madrugada. Le costaba dormir… Así que sabía que ya no sería capaz de volver a conciliar el sueño.

El reloj era uno de esos de manecillas “anticuados”, como decía ella. A Helena le encantaban las cosas que todavía no habían entrado en la era digital. Recordaba la tonta discusión que habían tenido ambas cuando fueron a comprarlo. Helena le decía que era encantador, que el diseño encajaba muy bien en el apartamento que estaban decorando juntas y además era un “aparatejo” menos, como los llamaba Helena. Freya le rebatía protestando porque las manecillas no se veían muy bien, así que la utilidad básica del reloj no se vería satisfecha.

-Qué estúpida discusión… -Pensó, ahora, cuando ya era demasiado tarde empezaba a recordar momentos en los que había perdido el tiempo en riñas inmaduras con la mujer de su vida. - Debí aprovechar aquel tiempo perdido para abrazarla, excitarla y hacerle el amor una y otra vez apasionadamente. –Se decía para sus adentros.

Cogió el reloj con las manos y se volvió a tumbar boca arriba intentando descifrar la hora exacta. Entonces se dio cuenta… A su lado estaba Graciela, con los ojos cerrados y respirando profundamente… Freya sintió un golpe en el pecho y se avergonzó. Al verla entendió que, borracha, se había metido en la cama con ella. Tenía vagos recuerdos de haberse quitado la ropa bruscamente, así que levantó con cuidado las sábanas y confirmó que estaba en ropa interior… pero no sólo ella…

-Uf… - Freya soltó un suspiro silencioso tapándose la boca con la mano izquierda mientras sostenía todavía el reloj con la derecha. –Esto es demasiado para mí… -Pensaba girándose y colocando con sumo cuidado el reloj en su lugar original. Ya sin el reloj, se iba a llevar las manos a la cara cuando vio brillo de labios en la palma izquierda. Se llevo los dedos a sus labios y pudo sentir restos de la crema de labios con brillos de Graciela. No se lo creía… no podía ser… no podía haberla besado… tendría que existir otra explicación… quizá Graciela le había prestado la crema y se la había probado, pero ahora, con la luz blanquecina de la madrugada no lo recordaba… Sí… tenía que ser eso… Pero entonces se giró a mirar a Graciela… y mirando intensamente sus labios comprobó que el brillo había casi desaparecido… dejando la marca de lo que sin duda había sido un beso…

Ahora sí, ahora se llevó las dos manos a la cara y gritó a sus entrañas un “¿Qué cojones estás haciendo?”. Se sentía confundida… ya no sabía si el beso había sido a Graciela o a esa parte de Helena que tanto le recordaba a ella... Y el sueño era un claro indicativo de esa confusión... Ya no podía ocultarlo más... Graciela le despertaba de nuevo a la vida y al deseo sexual... No sabía qué decirse, no sabía qué contestarse si era por ella o por el recuerdo de Helena... A esas horas le daba igual... después de la borrachera le dolía la cabeza con la resaca como para semejantes actos heroicos de introspeccción.


La calidez y suavidad del cuerpo de Graciela en la cama podía con ella así que sensatamente se levantó con cuidado, cogió una manta del armario y se fue a pasar el resto de las horas que quedaban antes del amanecer al sofá con la esperanza de que Graciela no se hubiera dado cuenta de nada...


Sin embargo la chica, cuando sintió que Freya se acostaba en el sofá abrió los ojos. Se había estado haciendo la dormida... Fue ahora ella, la que se llevó los dedos a los labios recordando el sabor del beso de su amiga... Un beso mágico que la había despertado de la noche oscura del alma por la que estaba atravesando. ¿Qué estaba haciendo? ¿Se estaba aprovechando de Freya, intentando suplantar a Helena? ¿Buscaba sentir todo lo que pudo haber sentido ella en vida y así llevar marcado su más cercano recuerdo? ¿Y su novio? Le quería con todo su corazón... No podía seguir así. No de esa manera tan inconsciente y confusa.


Graciela se prometió que cuando entraran los primeros rayos de sol a través del estore veneciano de la habitación recogería sus cosas y se iría de allí.


jueves, 8 de enero de 2009

Hermanas de sangre VIII

Freya despertó con el desagradable sabor del alcohol en su boca. Sentía como si tuviese una pasta sobre la lengua que le impidiese incluso abrir la boca. Se dio la vuelta para quedar boca arriba. ¿Qué hora sería? Miró su muñeca y el reloj le anunció que pasaba de la una del mediodía. Se sobresaltó y se incorporó, buscando a su lado el calor del cuerpo desnudo que había dormido con ella. Los recuerdos se confundían. Juraría que antes de dormirse había besado a Helena. Claro que eso era imposible. Y sin embargo el sabor… A su lado no había nadie. Quizás lo había soñado. Pero… ¿y Graciela?

Se levantó haciendo un gran esfuerzo y cubrió su cuerpo con una enorme camiseta de un grupo de rock que encontró doblada en el armario. Le gustaba pasearse así por casa, aunque dudó si ponerse o no unos pantalones por si Graciela no se había ido. Al salir al salón, la gata se enroscó mimosa alrededor de sus piernas. A punto estuvo de hacerla caer.

-Eh, mimosa. Con cuidado.

La cogió en brazos y olisqueó el ambiente. Reconocía el olor que provenía de la cocina. Lo conocía demasiado bien. Asustada, se asomó con la gata agarrada a su pecho, con la curiosidad pintada en su rostro. Graciela estaba de pie ante los fogones, con el mandil de Helena, con el mismo gesto de concentración que ella. Removía el contenido de una olla con una cuchara de madera. En un gesto excesivamente sensual, se llevó la paleta a los labios, sopló para enfriarlo y lo probó. Esbozó exactamente la misma sonrisa de satisfacción que Helena solía poner en esos casos. Freya no fue capaz de superar su asombro. Apretó un poco más contra ella el cuerpecito de la gata, que dejó escapar un pequeño maullido de queja. Graciela se volvió hacia ella con una sonrisa.

-Buenos días, amor. ¿Qué tal has dormido?

Freya no podía creerlo. Si no supiese la verdad, juraría que aquella mujer era Helena. Pondría la mano en el fuego. Sus gestos, su mirada, sus palabras… Permaneció rígida, sin soltar al animal de entre sus brazos y sin decir ni una sola palabra. A Graciela no pareció importarle, continuó moviéndose con desenvoltura por la cocina.

-¿Me haces un favor, cariño?

Freya levantó una mirada inquisitiva hacia ella, que sonrió con dulzura y se acercó de nuevo la cuchara a los labios para enfriar su contenido. Freya comenzó a ponerse nerviosa. Realmente Graciela la excitaba, pero algo extraño estaba sucediendo. Finalmente se encontró la cuchara de madera ante su propia boca. Vaciló.

-Necesito que lo pruebes y me digas si le falta algo.

Sin apartar la vista de los enormes ojos claros de Graciela, rodeó con los labios la cuchara y vació su contenido con la lengua. Pudo apreciar en los ojos de su amiga el mismo destello que refulgía en Helena siempre que le pedía que probase la comida. Sabía que justo después de esa petición venía un beso. Se atragantó al pensarlo y comenzó a toser violentamente. Dejó caer a Sury al suelo, que se alejó asustada. Graciela dio unos golpecitos sobre la espalda de Freya, hasta que esta dejó de toser.

-¿Estás bien, cariño?

-Sí- consiguió articular-. Creo que pondré la mesa.

-Saca una botella de Lambrusco de la nevera, amor.

Freya la miró más sorprendida todavía. Sabía de sobra que Graciela casi nunca probaba el vino.

-Sienta muy bien con esta comida.

-Pero Graciela…

-¿Graciela?