jueves, 9 de octubre de 2008

Hermanas de sangre VII

Freya repasaba la lista que había redactado en casa. Lo cierto es que Graciela la había hecho reaccionar. Ahora que ella no quería salir de la casa de Helena, tendría que empezar a cocinar para dos. Para tres si no olvidaba la comida de la gata. Tachó el objeto de la lista mientras lo metía en el carrito del supermercado. Graciela la ponía nerviosa, muy nerviosa. Era obvio que se sentía atraída físicamente por ella y no pensaba estar capacitada para ayudarla. Siempre había sido un poco arisca con la gente. La única capaz de conectarla con el mundo había sido Helena. Y se había ido...

Sacó la tarjeta y pagó el astronómico precio de todas las provisiones. A Helena siempre le había gustado tener la casa llena de comida. Como Freya era la que disponía de más tiempo, se había acostumbrado a comprar siguiendo las indicaciones de su mujer. Pero esta vez, ella misma había tenido que recordar. Y esta vez era ella quien tendría que desempolvar sus dotes culinarias. Disponía del tiempo suficiente. Quizás Graciela sólo necesitase su compañía. Eso podía dárselo. Aunque en el pequeño piso sólo había una cama y un sofá. Y era obvio que la cama era el terreno para la dolida amiga de Helena. Puso la mano sobre su espalda y la arqueó ligeramente. Al sentir cómo estallaba, dejó escapar un suspiro. Ese sofá acabaría con ella.

Trasladó las bolsas al coche con el carro. No le gustaba coger el 4x4 de Helena, pero sin él, hacer esa compra habría sido imposible. Nunca le habían gustado los coches y por si fuera poco este conservaba el olor de su amante. Al sentarse cerró los ojos y aspiró su aroma. Pensó en ella. Siempre que subía al coche se revisaba el maquillaje en el espejo retrovisor. Luego la miraba, le guiñaba un ojo y movía los labios dibujando las palabras que tanto le gustaban: "te quiero". Se mordió el labio para no llorar. Era una chica dura. Se las arreglaría. Saldría adelante aunque toda su vida se hubiese esfumado con ella.

Llevó el coche hasta el garaje. Pensó en avisar a Graciela para que le ayudase a subir las bolsas, pero recordó su imagen, estirada sobre la cama, sollozando en silencio y agarrando entre sus manos las sábanas, embriagándose del aroma de Helena. A veces se cuestionaba quién de las dos había perdido más... Tardó prácticamente 20 minutos en subir las bolsas ella sola. Pero no le importó. El esfuerzo físico siempre había conseguido dejar su mente en blanco. Y ahora, más que nunca, lo necesitaba.

No quiso molestar a Graciela y directamente se metió en la cocina. Mientras iba guardando cada producto en su lugar correspondiente, se le ocurrió abrir una cerveza. Nunca le habían gustado demasiado. Ella era más de bebidas fuertes como el tequila o el vodka. Pero Helena adoraba la cerveza y el vino. Y era imposible negarse a probarla cuando era ella quien te la ofrecía. Recordó aquella primera vez, el día que la había conocido.

El local estaba casi vacío. Freya ponía sus pies por primera vez en un antro de ambiente. Con sus 17 recién cumplidos, por fin aparentaba la edad suficiente para pasar. Su pose desgarbada, su ropa negra ancha y su cara afilada le habían permitido engañar a la enorme portera. Lo cierto es que siempre había aparentado más edad de la que tenía. Todo lo contrario que Helena... Cuando la vio por primera vez, la ejecutiva con su traje de raya diplomática daba vueltas a una cerveza de importación entre sus manos, mirándola como si no existiese nada más en el mundo. A pesar de la elegancia, del pelo recogido en una trenza perfecta, de las gafas de aspecto caro y discreto, del porte que demostraba... En su ignorancia, Freya sólo le calculaba unos cuatro años más de los que ella misma tenía. Y con la decisión que le daba su inocencia, se lanzó a la barra, ocupando el lugar a su lado. Helena levantó la vista y la miró con sus ojos penetrantes. Levantó la mano hacia la camarera, mostrando dos dedos. Apartó de si la botella de cerveza medio vacía y tomó las dos que la camarera le ofreció. Puso una de ellas ante la atónita mirada de Freya.

- No me gusta la cerveza- comentó sorprendida la niña-. Prefiero algo más fuerte.

- No la has probado, cariño.

Sus palabras la transportaron al paraíso. Jamás había escuchado una voz así. Se tomó la cerveza, encontrando una placentera sensación en la idea de que los labios de su interlocutora tendrían el mismo sabor. De pronto, se dio cuenta de que no era capaz de centrar su mirada en otra cosa que no fuesen esos labios carnosos que se movían lentamente, acompañando a la voz suave y melodiosa. Pasaron media noche así, Helena hablaba y la chiquilla escuchaba embelesada, sin ser capaz de separar la vista de su boca.

- ¿Quieres que vayamos a otro lado?

La oferta de Helena la pilló desprevenida. Sin embargo, antes de darse cuenta, ya se había levantado y se había dejado guiar por ella hasta la puerta. Ni siquiera llegaron al coche. En el aparcamiento no pudo soportar más la tentación, la curiosidad, la pasión... Empujó suavemente a Helena contra una de las paredes y acariciando su rostro, acercó sus labios a los de ella.

Recostada en el sofá, con la gata sobre sus rodillas, se llevó la cuarta cerveza a los labios, tratando de recordar el sabor de Helena. Pero ya no estaba allí, había desaparecido. Suspiró cuando la botella le descubrió que estaba vacía. Necesitaba dormir un poco, necesitaba irse a la cama. Apartó a la gata con un pequeño empujón y se levantó tambaleándose. Entró en la habitación librándose de la chaqueta y la camiseta al mismo tiempo, luego dejó el pantalón a un lado y se deshizo de cadenas y pulseras. Estaba borracha, podía sentirlo. Se dejó caer en la cama y apartó el brazo que encontró por el camino.

- Déjame un hueco, mi niña- susurró en la oscuridad, acariciando la espalda desnuda-. Creo que he bebido demasiado.

- Tranquila, descansa- susurró una voz más aguda que la de Helena en su oído-. Mañana será otro día.

Antes de dormirse, Freya levantó la cabeza y alcanzó con su boca unos labios que le regalaron el dulce sabor del recuerdo.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Hermanas de sangre VI

(Me lo estás poniendo muy díficl Any... estás mejorando a pasos agigantados y yo estoy algo oxidada... Vamos a ver qué puedo hacer ahora que empiezo a arrancar de nuevo...).

La habitación de Helena... Graciela cerró los ojos... Aún podía percibir el olor de su difunta amiga en aquel lugar... Le gustaba usar colonias con olor a madera y vainilla... Con su mente dibujaba cómo se reía cuando decía que dentro de ese cuerpo occidental había una alma oriental al que le gustaría perderse en las mil y una noches...

Graciela sabía que esa era una caracteristica que enamoraba locamente a Freya. ¿Y a quien no? Helena era dulce, elegante y muy sensual, como si de una bailarina de ensueño se tratara... Sin duda, si le hubieran gustado los hombres, ella misma tendría celos de presentársela a Javier.

Un rayo de luz entraba disimuladamente en la habitación iluminando el rostro de la muchacha absorta... Sentada encima de la cama... Con Freya mirándola y apretando con fuerza una taza de café. Aguantando la respiración, aguantando las lágrimas para no interrumpir a la que había sido la mejor amiga de su novia. Cual imagen y sentimiento escapados de un paisaje de otro mundo, Freya sólo quería disfrutar de aquel espectáculo.

- Seguro... seguro... que ese rayo de luz que está iluminando la cara de Graciela ahora mismo es parte del alma de mi tierna Helena... La está consolando... tiene que ser eso... sólo puede ser eso... no es posible otra explicación... estoy contemplando la divinidad de mi queridísima Helena... que tanto amaba a su amiga. Déjame estar así, Helena, déjame contemplar tu alma hermosa para siempre...

- ¡Riiiing! ¡Riiiing! ¡Riiiing!

Sonó bruscamente el teléfono y, mientras se devanecía aquella luz mágica, Graciela y Freya abrían los ojos a la realidad. Del susto, Freya soltó la taza que fue a parar al suelo en forma de mil pedazos. A la gata le gustaba el café, así que no tardó en sacarle el máximo provecho al descuido de su ama. El teléfono abría de nuevo la puerta al dolor de una ausencia donde ni siquiera el vacío tenía cabida.

Freya se dirigió hacia el teléfono, aunque intuía quién sería.

-Hola Javier... Tranquilo, la encontré de madrugada sentada en el parque donde se conocieron... Pasó el resto de la noche y todavía se encuentra aquí.

Graciela se levantó de un suspiro y de forma automática cogió el teléfono. No le interesaba lo que Javier quería decirle, sólo necesitaba que la dejara tranquila. Ella estaba bien, ella estaba muy bien...

Al otro lado del teléfono con una voz masculina pero dulce, Javier intentaba traspasar la burbuja en la que se había cerrado Graciela.

- Cariño... Por favor... Sólo te ruego que te cuides... Helena no querría verte así... sin tu sonrisa... sin la sonrisa de la que se enamoró... Helena se enamoró de la vida que había en tí... Yo me enamoré de la vida que hay en tí... Necesitas ayuda... Cuando te sientas dispuesta... Dímelo e iremos a ver a un especialista. Mientras, yo seguiré haciendo vida normal. Tengo toda la fé del mundo en tí y en que podremos superar esto juntos, mi vida. Te quiero...

Graciela volvió a cerrar los ojos. Últimamente permanecían más tiempo cerrados que abiertos... En el fondo de su corazón sabía que tarde o temprano tendría que volver a coger las riendas, pero ahora no... ahora no quería... y apareció en su mente el recuerdo de cuando Helena conoció a Javier... Habían quedado a cenar todos juntos. Javier sabía que a Helena le gustaban las mujeres y que en particular le gustaba Graciela. Le parecía una situación simpática, pero también le daba pena por Helena. Él sabía muy bien qué era estar enamorado de una mujer que jamás le correspondería.

Sentados en aquel restaurante, Javier y Helena se miraban intensamente. De repente, totalmente fuera de la conversación que llenaba sus bocas, Helena le dijo a Javier: "Como le hagas sufrir te juro que te mataré". Graciela había abierto los ojos de par en par sorprendida ante tal fuerza interior y determinación. A Javier se le había secado la boca en el instante en el que escuchó la crudeza de unas palabras que demostraban hasta qué punto Helena sería la protectora de Graciela. "Te lo prometo, te juro que jamás le haré sufrir, pase lo que pase". Él era un hombre valiente, no se amedrentaba ante semejante acto de coraje demostrado por aquella mujer. Ya llevaba tiempo pensando en convertir en su esposa a Graciela, quería tener hijos con ella y vivir una vida en paz y felicidad a su lado. Todavía no era el momento de decírselo, sabía que Graciela necesitaba más espacio, así que se lo guardaría en el corazón hasta que la vida le diera la pista.

- Jajaja... - Reía Graciela.
- ¿Qué te pasa? - Preguntaba Freya.
- Nada... es sólo un recuerdo... cuando les presenté, a Javier y a Helena.
- Oye, Graciela... ¿no tienes que trabajar? ¿No sería mejor que volvieras a tu casa?
- No... y no... - Qué profundidad acompañaba a esas dos sílabas... Una profundidad que acongojó a Freya.
- ¿Y qué piensas hacer? -Freya empezaba a estar preocupada por Graciela, veía que no quería despertar de aquella pesadilla...
- No lo sé... supongo que seguiré cerrando los ojos...