viernes, 11 de julio de 2008

Hermanas de sangre V

(No dejaremos que se pierda la historia en el olvido.)

Graciela paseaba por las oscuras calles de la ciudad. Ni siquiera sabía por qué había reaccionado así ante las caricias de Javier. Ella misma era consciente de lo rara que se sentía, de lo extraño que era todo. Del vacío que se había abierto en su pecho con su falta. Suspiró y se sentó en el primer banco que encontró, en un pequeño parque. No se había dado cuenta, pero sus pasos la habían llevado al lugar favorito de Helena. Aquel era el parque donde se habían conocido, donde su amiga se había enamorado de ella al verse día tras días, donde le había confesado sus sentimientos justo antes de besarla… Repasó sus labios con la punta de los dedos. Las lágrimas se desataron de nuevo entre sollozos de dolor. Siempre había tenido que disculparse por no poder quererla de esa manera. Pero a Helena no le había importado. Se había quedado a su lado, apoyándola, dándole todo su amor sin exigir jamás nada a cambio.

Sus recuerdos volaron a la habitación de un hospital. Tras la caída, un helicóptero la había recogido y la había llevado al hospital. “En coma” escuchó de boca de los médicos; “muy grave, probablemente no se recupere”…

Su cuerpo comenzó a convulsionarse al no poder contener por más tiempo el llanto. Apenas se dio cuenta de que ya no estaba sola. Unos brazos fuertes rodearon sus hombros y el olor a tierra húmeda invadió todos sus sentidos. Respondió al abrazo sin tener que mirar quien era, lo sabía muy bien, podía reconocerla con cada fibra de su cuerpo. Conocía a Freya tan bien como la había conocido Helena. Y se fundió en el abrazo, dejándose levantar, caminando sin preguntar, hacia alguna parte no muy lejana.

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Se despertó con el ruido de la puerta. Se incorporó confundida. Miró alrededor, pero la oscuridad no le permitía reconocer nada, aunque todo le resultaba vagamente familiar. Acarició su cuello, le dolía la garganta de haber llorado tanto. Fue entonces cuando se dio cuenta de que apenas estaba vestida. ¿Qué había hecho? Se levantó asustada y buscó algún interruptor o las contras de una ventana que arrojasen algo de luz sobre su situación. Pero fue la puerta de la habitación lo que se abrió, descubriendo al instante todo un cuarto conocido y la figura de Freya, que había aparecido con dos tazas de café en las manos. Al ver a Gabriela en pie, semi desnuda, se volvió violentamente con el rostro encendido de vergüenza.

- Lo siento- susurró-. Pensé que todavía estabas dormida.

- No pasa nada… Me asusté… No recordaba nada de anoche.

- Oh- Freya pensó en la situación que Gabriela debía haber imaginado y enrojeció todavía más-. ¡No pasó nada! Te encontré en el parque y te traje a casa. Yo he dormido con Sury en el sofá.

Ambas sonrieron ante lo ridículo de la situación. Gabriela recogió su ropa de la silla en la que estaba colgada y comenzó a vestirse. Los ojos de Freya no podían evitar lanzar alguna mirada de soslayo. Le había costado menos superar los celos al conocer a Gabriela. Lo cierto es que ella misma no podía evitar sentirse atraída por esa preciosa mujer, de apariencia frágil y elegante. Tenía un encanto innegable con el que se la había ganado nada más conocerla.

- ¿Y qué hacías en el parque ayer? – la voz de Gabriela la arrancó de sus pensamientos.

- ¿Eh? - se volvió justo para verla señalando la cremallera de su vestido.

- El parque- repitió-. ¿Qué hacías ayer por allí?

- Oh- se acercó vacilante, sujetando con manos temblorosas el pequeño trozo de metal y rozando por accidente su piel suave y tersa-. No podía dormir. En realidad no podía hacer nada… Así que salí. Y sin saber cómo estaba allí. Tú estabas allí. Y tal como estabas… Mi casa estaba más cerca.

- Ya – se volvió cuando Freya terminó de subir la cremallera, la miró a los ojos y se acercó, poniéndose ligeramente de puntillas y besando tiernamente su mejilla-. Gracias.

- No fue nada- Freya salió de la habitación nerviosa y levantó la voz para que su amiga pudiese escucharla-. Deberías llamar a Javier. Estará preocupado.

Pero Gabriela ya no la escuchaba. La habitación continuaba en una semipenumbra que invitaba a los recuerdos. La habitación de Helena…