jueves, 8 de enero de 2009

Hermanas de sangre VIII

Freya despertó con el desagradable sabor del alcohol en su boca. Sentía como si tuviese una pasta sobre la lengua que le impidiese incluso abrir la boca. Se dio la vuelta para quedar boca arriba. ¿Qué hora sería? Miró su muñeca y el reloj le anunció que pasaba de la una del mediodía. Se sobresaltó y se incorporó, buscando a su lado el calor del cuerpo desnudo que había dormido con ella. Los recuerdos se confundían. Juraría que antes de dormirse había besado a Helena. Claro que eso era imposible. Y sin embargo el sabor… A su lado no había nadie. Quizás lo había soñado. Pero… ¿y Graciela?

Se levantó haciendo un gran esfuerzo y cubrió su cuerpo con una enorme camiseta de un grupo de rock que encontró doblada en el armario. Le gustaba pasearse así por casa, aunque dudó si ponerse o no unos pantalones por si Graciela no se había ido. Al salir al salón, la gata se enroscó mimosa alrededor de sus piernas. A punto estuvo de hacerla caer.

-Eh, mimosa. Con cuidado.

La cogió en brazos y olisqueó el ambiente. Reconocía el olor que provenía de la cocina. Lo conocía demasiado bien. Asustada, se asomó con la gata agarrada a su pecho, con la curiosidad pintada en su rostro. Graciela estaba de pie ante los fogones, con el mandil de Helena, con el mismo gesto de concentración que ella. Removía el contenido de una olla con una cuchara de madera. En un gesto excesivamente sensual, se llevó la paleta a los labios, sopló para enfriarlo y lo probó. Esbozó exactamente la misma sonrisa de satisfacción que Helena solía poner en esos casos. Freya no fue capaz de superar su asombro. Apretó un poco más contra ella el cuerpecito de la gata, que dejó escapar un pequeño maullido de queja. Graciela se volvió hacia ella con una sonrisa.

-Buenos días, amor. ¿Qué tal has dormido?

Freya no podía creerlo. Si no supiese la verdad, juraría que aquella mujer era Helena. Pondría la mano en el fuego. Sus gestos, su mirada, sus palabras… Permaneció rígida, sin soltar al animal de entre sus brazos y sin decir ni una sola palabra. A Graciela no pareció importarle, continuó moviéndose con desenvoltura por la cocina.

-¿Me haces un favor, cariño?

Freya levantó una mirada inquisitiva hacia ella, que sonrió con dulzura y se acercó de nuevo la cuchara a los labios para enfriar su contenido. Freya comenzó a ponerse nerviosa. Realmente Graciela la excitaba, pero algo extraño estaba sucediendo. Finalmente se encontró la cuchara de madera ante su propia boca. Vaciló.

-Necesito que lo pruebes y me digas si le falta algo.

Sin apartar la vista de los enormes ojos claros de Graciela, rodeó con los labios la cuchara y vació su contenido con la lengua. Pudo apreciar en los ojos de su amiga el mismo destello que refulgía en Helena siempre que le pedía que probase la comida. Sabía que justo después de esa petición venía un beso. Se atragantó al pensarlo y comenzó a toser violentamente. Dejó caer a Sury al suelo, que se alejó asustada. Graciela dio unos golpecitos sobre la espalda de Freya, hasta que esta dejó de toser.

-¿Estás bien, cariño?

-Sí- consiguió articular-. Creo que pondré la mesa.

-Saca una botella de Lambrusco de la nevera, amor.

Freya la miró más sorprendida todavía. Sabía de sobra que Graciela casi nunca probaba el vino.

-Sienta muy bien con esta comida.

-Pero Graciela…

-¿Graciela?

2 comentarios:

Nono dijo...

arggg, esta historia por capítulos me va a "ansiar" :P jajaja me ha gustado un montón, aunque tardeis meses yo aquí seguire esperando ;)

Any_Porter dijo...

Intentamos llevarla al día... Peeeeero, todas sabemos que esas cosas cuestan. Y más siendo dos las escritoras. Me alegro de que te guste, chiquilla :)

Biquiños.